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47 mujeres asesinadas en España por violencia machista en 2018

No es no

Quiero empezar el año con un número: 47. No es un número redondo, por el contrario, está lleno de aristas. Es un número que hiere, que duele, que hace 47 veces daño cada vez que se piensa.

De acuerdo con los datos oficiales, son 47 las mujeres asesinadas en España por violencia machista en 2018. Es verdad que es la cifra más baja desde que se contabiliza —hace 15 años—, pero es una cifra terrible.

El paro laboral convocado el Día Internacional de la Mujer —el pasado 8 de marzo— en todo el país, el movimiento Me Too —surgido en EE. UU. para denunciar el acoso y las agresiones sexuales, que también ha llegado hasta España— y la reacción social contra los hechos de La Manada, parece que nos han sensibilizado a todos y han contribuido a un aumento de las denuncias.

Pero ese 47 lo llevamos tatuado en nuestra mente y no debemos perderlo de vista. Tampoco podemos olvidar la situación de los millones de mujeres en otros países donde la sensibilización social es menor y donde las ayudas apenas existen. Países donde los golpes se ignoran y los asesinatos se encubren y se silencian.

Por eso, quiero empezar el año ofreciéndoles este vídeo, donde comparto con mis amigos de Psyquia Servicios Psicológicos mis reflexiones sobre este tema.

30 minutos de conversación donde destaco la importancia de detectar la violencia de género “antes del golpe”, ya que todo comienza con detalles aparentemente nimios. Donde señalo la importancia de que la prevención comience en los institutos ya que hay muchas mujeres que ya están sometidas a esas edades, y, por supuesto, donde describo los miedos, no solo al maltratador, que viven las mujeres que pasan por esto.

Espero que les ayude.

“Si te vas, me muero”

Si te vas me muero“Si te vas, me muero” es una frase que todos los enamorados, unos más que otro, hemos pronunciado, pensado o sentido alguna vez. Cuando lo sentimos, no es un decir, no es una manera de hablar ni una metáfora; es que la angustia ante la separación nos hace batir el corazón de tal manera que, literalmente, sabemos con certeza que esa tarde nos vamos a morir.

La buena noticia es que, aunque pasemos un tiempo con esa angustia y desazón, al final nos recuperaremos o, por lo menos, el sufrimiento se mitigará. Pero, mientras tanto, viviremos un dolor desbordado, que nos oprimirá el pecho y nos impedirá respirar.

Toda esa dimensión de angustia no se puede explicar racionalmente, aunque intentaré aclararlo lo mejor que pueda. ¡Para eso está mi blog!

Para empezar, cualquier separación nos pone delante de los ojos una de las peores realidades con las que tenemos que convivir los seres humanos: la autonomía del ser amado. Es decir, nadie es dueño de nadie.

Pero no es solo eso; además perdemos muchas cosas. Su ausencia nos deja de nuevo ante el temido precipicio de la “supersoledad”; sentimos que el orden que habíamos conseguido se ha roto y literalmente se nos mueve el suelo y perdemos pie. El miedo ancestral a quedarnos solos remite a aquel momento de la infancia cuando esa situación
podía significar la diferencia entre la vida y la muerte (un bebé morirá con toda seguridad si su mamá, su papá o un adulto no está cerca de él atendiéndole.). Un miedo que en la vida adulta mantenemos sepultado en el inconsciente y que en el mejor de los casos se despierta con los cambios, con los duelos, con las separaciones.

También perdemos la función que esa persona ejercía en nuestra vida. Hay una parte de nuestra existencia que queda desatendida: ¿con quién voy a salir los fines de semana?, ¿quién va a cenar conmigo cada noche?, ¿quién escuchará mis problemas del trabajo? Y cada vez que nos topemos con uno de esos terribles agujeros que nos ha dejado el que se fue, tendremos derecho a llorar, a patalear y a asustarnos.

Esa incómoda posición nos impide vernos como lo hacen los demás. Si pudiésemos analizarnos desde fuera, podríamos apreciar que tenemos recursos; sabríamos que si pedimos ayuda, vendrá alguien a salvarnos. Confiaríamos en que después de la ruptura, nos espera otra manera de vivir, seremos más libres, más livianos y tejeremos otra red con nuevas pertenencias.

Con esta bocanada de optimismo, os emplazo a la siguiente entrega de mi blog la semana próxima.