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Lo importante de una amiga es que está allí

Lo importante de una amiga es que está allíNo conozco a ninguna mujer que pueda sobrellevar sola los quebrantos de un mal amor. ¿A quién recurrir? ¿Cómo resguardarse? Las opciones son múltiples. Sin embargo, me parece que las tres alternativas más solicitadas, las constituyen las amigas, los terapeutas y los oráculos.

Las amigas son las orejas perpetuas capaces de soportar el alzamiento de los comienzos felices, las venidas, las peleas y los reencuentros. Soportan los desplantes: “Si, ya sé que habíamos quedado, pero es que hoy me ha llamado.”. Y, a pesar del plantón, la mayoría de las amigas siguen ahí, paños de lágrimas que nos sujetarán cuando seamos nosotras las olvidadas, las malqueridas.

En el otro extremo está el terapeuta, que no aparecerá en escena más que en caso de necesidad. El terapeuta empieza donde las amigas ya no pueden llegar.

Y entre las amigas y el terapeuta se echa mano de todo lo demás. He designado con el término “oráculo” a todos aquellos recursos a los que se acude en busca de respuestas en momentos de angustia o de incertidumbre.

Las amigas

Por supuesto que, como mujer, he conocido de cerca la importancia de tener amigas y el papel que cumple ese vínculo único a lo largo de la vida de una persona. Pero, más allá de mi experiencia personal, desde mi lugar de terapeuta, tengo la certeza de que la amistad es un vínculo de gran valor; tanto, que cuando tengo una paciente nueva en la consulta, entre otras cosas, indago cómo se mueve en el terreno de la amistad. ¿Tiene o no tiene amigas? ¿Son amigas de toda la vida o recientes? ¿Cuenta con sus amigas para momentos difíciles? ¿Sus amigas cuentan con ellas?

Amigas testigos

En lo que amores se refiere, las amigas cumplen un ciclo más o menos previsible. Al principio son el público objetivo, ellas aplauden el prodigio y la suerte que tuvo la elegida de haberse topado con ese ser sobrenatural. Las amigas asisten a la retransmisión en directo de cada movimiento. “¡Hoy la ha mirado!” “¿Llamará o no llamará?”…

Hasta que llega el momento que ya no caben en la escena y se quedan solas haciendo un corro, ilusionadas y sin ella, porque la elegida ya no las necesita. Cuando ella está con él, las amigas sobran, y es así como tiene que ser. Pero cuando la relación empieza a ir mal, ellas son las primeras en enterarse. Escuchan las desdichas e inmediatamente, las muy ingenuas, se ponen en contra del “malo” y de parte de su amiga. Entonces la amiga se ofende porque no la entienden. No entienden que su queja no pretende poner en tela de juicio las bondades de su dios.

Cuando él regresa son las amigas las abandonadas. ¡Y hay que saber moverse en ese nuevo escenario! Porque después de la reconciliación, las amigas son testigos incómodos. Hay que evitarlas, mantenerlas alejadas para que no estropeen la imagen idílica de esa supuesta unión feliz.

Pero cuando las cosas no van bien, las amigas se convierten en el mensajero inoportuno, portador de un mensaje que no se quiere escuchar. La malquerida desaparece, se evapora, se avergüenza de haber caído por décima vez. Le da pudor incluso con las amigas más cercanas y se encierra en su búnquer de dolor.

Regresará desgraciadamente más tarde o más temprano, la amiga regresará abochornada, lastimada, malquerida, amoratada por la angustia. Vendrá buscando refugio, la madriguera de un café por la tarde, un desayuno, una copa. Entonces las amigas se convertirán en sábanas capaces de secar todo su llanto, en esparadrapos para vendar, para vengar su desconsuelo.

La amiga observadora ha escuchado la historia cien veces, con el mismo final previsible, pero la vuelve a escuchar como si fuera nueva o diferente. La amiga lo piensa, pero casi nunca dice aquello de: “Lo sabía, te lo dije, ¿qué esperabas?…”.

Da igual lo que la amiga diga o calle, lo importante es que está allí. Y esa es la función de una amiga, estar allí.

Agarrarse a un clavo ardiendo, un deporte de riesgo

Agarrarse a un clavo ardiendo puede convertirse en un deporte de riesgo

No hay duda: después de una ruptura quedamos maltrechos y hacemos lo que podemos para sobrevivir y restañar nuestras heridas. Una de las salidas por las que se puede optar de manera inmediata consiste en lo que llamo “momento clavo”, que ofrece varias opciones:

  1. Un clavo saca otro clavo.
  2.  Aferrarse a un clavo ardiendo.
  3. Todo lo anterior.

Salir de copas con unos y con otros, entregarse al sexo indiscriminado, beber para no follar, follar para no sufrir, parejas efímeras, relaciones calmantes y un largo etcétera son estrategias-clavo que funcionan como postergadores del dolor.

Aunque todos podemos echar mano de los clavos, esta estrategia antidolor suele ser una actitud más masculina que femenina. Las mujeres, generalmente, necesitamos de un tiempo mayor de recogimiento antes de embarcarnos en una nueva relación. De hecho, algunas se quejan de lo rápido que un hombre puede rehacer su vida en pareja en comparación con el tiempo que tardan ellas en recomponerse.

En cualquier caso, estos “clavos”, como bien sabe el dicho, casi siempre son “clavos ardientes” en todas las acepciones del término. Se trata, por una parte, de medidas desesperadas. “Nos aferramos a un clavo ardiendo”, es decir, a lo que sea, con tal de no caer al vacío. Y, a la vez, son clavos “ardientes”, en donde suele haber mucho desenfreno y poco compromiso; mucha pasión y menos planes de futuro.

El clavo que saca otro clavo intenta —sin éxito— sacar de cuajo el verdadero protagonista que es el clavo anterior, que es el que en realidad nos está haciendo sufrir. Por eso, las relaciones-clavo suelen ser transitorias, efímeras… Aunque duren mucho tiempo.

Nadie es indispensable, nadie es sustituible

Nadie es indispensableAunque sé por experiencia que nadie es indispensable, también estoy convencida de que nadie puede sustituir a nadie. Perdemos a un novio y a los seis meses tenemos otro, vale, pero será “otro” novio. El que perdimos, con sus peculiaridades, ya no está. Perdemos un país y nos mudamos a otro; sí, y el otro nos recibe con generosidad, y estamos muy agradecidos de encontrar otro lugar, y hacemos de ese lugar nuestra casa. Pero ese nuevo país nunca podrá sustituir al propio.

Cuando alguien nos dice: “Nadie te va a querer como yo te quiero”, lo primero que pensamos es: “¡Eso espero!”, pero lo cierto es que tiene toda la razón. Nadie nos querrá como él nos quiso; nos querrá más, nos querrá menos, nos querrá mejor o peor, pero siempre nos querrá distinto. Cada quien quiere o malquiere a su manera, como cada uno se cepilla los dientes a su modo.

¡Atención! Yo no digo que en el cambio solo hayamos perdido. Alejarse de un maltratador es siempre lo mejor que te puede pasar en la vida. Pero necesitamos un tiempo hasta acostumbrarnos a vivir con el agujero que el cambio deja tras de sí y poder acogernos a sus ventajas.

Ese tiempo es el que necesitamos para el duelo, que es lento, que se toma su propio ritmo para pasar, pero que pasa. Cerrar un duelo no significa olvidar completamente al novio que abandonamos o al amante que nos dejó en la estacada, como emigrar no significa renegar del país que venimos.

Más bien al contrario, cerrar el duelo significa que podremos volver a recordar a ese novio, a ese amante, sin rencor, sin urgencia, sin temor, sin dolor… Y poder seguir viviendo sin ese novio, sin ese amante, en otro país, pero seguir viviendo.

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