¿Cómo trabaja un@ psicoanalista?
Cuando un paciente viene por primera vez a mi consulta en Madrid, o a cualquier consulta de un psicólogo, cuenta ya con una teoría de qué es lo que le ocurre y por qué. Sabe qué es lo que le duele: generalmente se queja del desamor, de la soledad, de la incomprensión de quienes le rodean; nos relata que le tiene miedo a la vida, que sufre de inseguridad o que se ve atenazado por una especie de torpeza vital que dificulta su desempeño cotidiano, aun en los detalles más nimios de su día a día.
A la vez, de alguna manera, cada persona tiene una cierta conciencia de cuál es el aspecto de su historia que ha provocado su situación actual: tal vez su relación con un padre autoritario o invisible, con alguno de sus hermanos o con una madre muy dominante, indiferente o casi ausente. En alguna parte de su pensamiento sabe que algo de su historia infantil le ha marcado; puede que alguna enfermedad, la depresión de la madre, un hermano perdido, una cierta sensación de rechazo, las peleas entre los padres, la presencia omnipotente de una abuela o algún secreto a voces que se mantiene blindado en la familia… La lista puede ser interminable.
A decir verdad, el psicoanalista no conoce de antemano lo que le ocurre a su paciente ni lo que le conviene; por eso, necesita escucharlo. Un psicoanalista le dice a su paciente: «Cuénteme. Hábleme de lo que quiera, de lo primero que se le pase por la cabeza», porque, en ese discurso espontáneo, ambos encontrarán las claves del mundo interno de esa persona singular. Un psicoanalista no pasa pruebas, porque la verdad del paciente no es una verdad objetiva ni se puede insertar en una tabla estadística universal. Por eso, un psicoanalista escucha y lo apasionante de esta investigación que emprenden paciente y terapeuta en compañía es que cada historia es única. Ni siquiera dos hermanos han vivido una infancia similar ni han tenido la misma relación con su madre o con su padre.
La persona que consulta sabe lo que le ocurre, sabe también lo que tendría que hacer para mejorar su situación, pero muchas veces no comprende por qué no puede cambiar a voluntad o por qué insiste en cometer los mismos errores una y otra vez. Por eso, es preciso que paciente y analista trabajen conjuntamente. El paciente necesita que alguien le escuche y le devuelva sus palabras convertidas en un relato plausible de lo que le sucede. Y al profesional no le sirve de mucho su teoría, si no cuenta con las palabras y con los silencios del paciente. Como ya he dicho, la reconstrucción de esa historia infantil no depende tanto de una información detallada de los hechos, sino que se va tejiendo con los sueños, con los recuerdos, con los lapsus y con esas cosas absurdas que de pronto le vienen al paciente a la cabeza, sin saber cuándo, ni cómo, ni por qué.
El vínculo que el paciente establece con su terapeuta también es de la mayor importancia. Para empezar, gracias al apoyo y compañía que el psicoanalista le ofrece a su paciente, la persona afligida sabe que no está solo en esa investigación. Cuando el paciente descubre o recuerda algo doloroso, le alivia saber que allí está el terapeuta para acompañarlo en lo más incomprensible de su historia y que podrá volver a la siguiente sesión para entenderlo, para pensar sobre lo que ha pasado y, eventualmente, para perdonar(se) y pasar página. Por otra parte, la forma en la que el paciente se comporte con su terapeuta le dará a este una pista de cómo funciona esa persona en el mundo real y cómo se vincula con los personajes más significativos de su vida.
¿Qué justifica la labor de un psicoanalista? ¿Por qué ese camino no puede hacerse solo? Hay aspectos de la historia del paciente que, aun cuando él los ha vivido en carne propia, le resultan tan dolorosos que los ha reprimido; es decir, los ha escondido ¡incluso —y sobre todo— de sí mismo! La persona convive con su pasado como si ese pasado no existiera y, a la vez, repite ese pasado —y lo conjuga en presente— como si no hubiera otra manera de vivir. Me explico: en vez de poder poner sobre la mesa la experiencia traumática y pensar sobre ella o digerirla y dejarla descansar en el pasado, la persona que sufre representa una y otra vez el mismo papel desventajoso sin darse cuenta de su repetición.
Esta tarea de sacar a la luz lo escondido es delicada y requiere su tiempo. Hay verdades con las que es difícil convivir porque hacen daño. Así que se trata de un camino lento que no se puede transitar en línea recta y que hay que recorrer pasito a paso y en compañía de un buen profesional.