¿Qué es la autoestima disparatada?

Autoestima disparatadaComo saben por mis redes sociales, esta semana he participado en la cumbre virtual “Supera tus Relaciones Tóxicas”. Junto a más de 40 expertos de varios continentes hemos explicado paso a paso cómo eliminar patrones de comportamiento tóxico y cómo construir relaciones sentimentales y familiares sanas que nos hagan felices.

Mi conferencia, en concreto, trató sobre la autoestima y cómo gestionarla para poner límites en las relaciones de pareja.

¿Saben ustedes qué es la autoestima disparatada? Es aquella que se cree capaz de soportar y tolerar cualquier sufrimiento en nombre del amor. Se trata de un amor loco que se cree Napoleón, que se cree capaz de ganar todas las batallas, independientemente de quien sea el contrincante; es un amor que está dispuesto a cualquier cosa. Pero como Napoleón, es un amor muy ciego a las limitaciones verdaderas de la vida. Nadie lo puede todo, ni siquiera Napoleón.

Yo me encuentro cada día en mi consulta con mujeres que son capaces de aguantar, soportar, tolerar cosas que en principio serían inaguantables, imperdonables e intolerables. Y, sin embargo, muestran una gran fortaleza diciendo: “Él está pasando un mal momento y yo lo comprendo, él tuvo una infancia difícil y yo lo comprendo, él sufrió mucho en su relación anterior y por eso no se atreve a comprometerse conmigo”. Y así sucesivamente van dando explicaciones a una situación que le hace sufrir.

Se ponen por encima del bien y del mal, y ascienden… La omnipotencia es muy tentadora; ¿quién no querría ser un poquito Dios? Tenemos la falsa ilusión de que si te haces indispensable para el otro, el otro nunca te va a dejar. Pero, piensen ustedes por un momento: ¿Quién necesita a quién?

Y es que a veces se nos prende una vena maternal con nuestra pareja y lo tratamos como si fuera un bebé. Si nos manda un mensaje, respondemos inmediatamente, pero si a él se le olvida contestar o simplemente pasa, nosotros lo comprendemos. Y le acostumbramos a comportarse como un bebé. Lo que hacemos es un trasvase de nuestra capacidad maternal de olvidarnos de nosotras mismas, de entregarnos al cuidado del otro, de estar atentas al más mínimo signo de malestar… Como ven, en esta ocasión, hemos sustituido al bebé por nuestra pareja.

Y, al final, ese comportamiento tiene un precio; el “doy, doy, doy ilimitadamente” no sucede sin consecuencias para ti y para la relación. Yo debería tratar a mi pareja de igual a igual; debería exigir a mi pareja recibir lo mismo que doy.

¿Cuál es el límite? A veces el límite no existe. Otras veces el límite es que te deje tu pareja. Y nos preguntamos: “¿Cómo es posible que me deje si me he entregado en cuerpo y alma al cuidado de este hombre? ¿Qué más podía hacer yo?” Pero la pregunta no debería ser esa, la pregunta debería ser: “¿Qué podía hacer menos? A lo mejor deberías haber hecho menos para que te valorara más y reconociera tu esfuerzo.

Cuando una mujer tiene esta autoestima disparatada es como si alguien estuviera eufórico y empezase a gastar sin ningún límite. En algún momento te arruinas…, en algún momento terminas con la autoestima hecha trizas.

La finalidad de esta conferencia era identificar nuestros patronos de comportamiento para saber qué hacemos mal y cómo podemos transformar nuestras relaciones personales. Pero, ¿y cómo nos recuperamos? Empiecen por reconstruirse con cimientos firmes y sólidos en la realidad. Recuperen la estirpe femenina de la familia, empiecen a reconstruirse desde la estirpe a la que pertenecen. También les recomiendo que reconstruyan su red de amigas, que les devuelva una visión de ustedes mismas con la que puedan reconciliarse.

Recuerden, empiecen primero a ser ustedes mismas y después ya vendrán otras personas.

¡Ánimo porque se puede conseguir!

La verdad duele, pero la mentira enferma

Verdad y metiraLa ganancia más significativa después de una separación es la verdad. Sí, ya sé que a veces la verdad, la realidad, no nos gusta, pero, por mucho que nos duela, ¡siempre es mejor que la mentira! Como dice una amiga, la verdad duele pero la mentira enferma, y permanecer en una relación que no funciona es vivir en una mentira.

¿Que la relación funcionaba para ti pero no para él? Pues entonces no era buena. Una relación es cosa de dos: o funciona para ambos o no funciona. No conozco las razones, pero el hecho de que haya ido bien durante años no garantiza que tenga que hacerlo por siempre jamás. ¿Que tú todavía le quieres? Vale, pero él ya no te quiere a ti. La mentira, cualquier mentira, es un terreno resbaloso que nunca conduce a un buen camino.

No pretendo minimizar los efectos de una separación. Ni siquiera pretendo decir lo de “no hay mal que por bien no venga”. Pero incluso en el peor de los escenarios, cuando alguien nos deja de la noche a la mañana y de mala manera, hay un momento en el que tenemos que reconocer que el malvado nos hizo un favor.

¿Quién quiere tener cerca a una persona en la que no se puede confiar, en la que no se puede creer? ¿Usted dejaría sus ahorros en un banco que acaba de quebrar? Pues tampoco es muy recomendable depositar su vida y su confianza en alguien que ha demostrado sobradamente su incapacidad de sostenerse en la vida con una cierta dignidad. Una persona así no es un buen compañero; la vida es muy larga y, por momentos, muy complicada. Por eso, es mejor saber a tiempo con quién se puede contar y con quién no.

Sé que las ventajas de vivir en la verdad solo se reconocen con el paso del tiempo o a la lumbre de una nueva relación más sana y más satisfactoria que la anterior. Pero cuando al fin se acepta, cuando podemos ver con claridad que en realidad nos hemos librado de un destino aciago, nos parece que la película es otra completamente distinta.
Entonces nos cuesta entender cómo pudimos sufrir tanto a manos de alguien que no era tan maravilloso como creíamos.

En ese momento lo que sentimos es un ¡enorme alivio! En efecto, nos hemos quitado un gran peso de encima.

¿Qué comemos cuando comemos? Pan, amor y fantasía

¿Qué como cuando como? Pan, amor y fantasía.En los últimos días, muchos de vosotros me habéis preguntado sobre mi conferencia en el congreso Diálogos de Cocina (10 de marzo). Aquí tenéis un resumen de lo que dije en mi intervención. ¡Bon appetit!

Para empezar esta historia desde el principio, tenemos que empezar por los bebés. Comer es la actividad más importante que realiza el bebé, no solo por lo que supone para su supervivencia, sino porque es el medio a través del cual el niño se relaciona por primera vez con el mundo exterior. Pero, ¿qué fue primero? ¿Qué es lo más importante de esa primera alimentación? Nos inclinamos a pensar que sin leche no hay paraíso, que lo primero es el pan, que está en el registro de la necesidad, y que solo cuando la necesidad está cubierta… ya si eso… se abrirán paso el deseo, el amor y la fantasía. Pues yo no estoy tan segura.

Les cuento:

En el siglo XIII, Federico II, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, llevó a cabo un experimento que buscaba averiguar cuál era el “idioma original» del ser humano. Pensó que la mejor manera de hacerlo sería aislar a unos bebés y no decirles ni una sola palabra, para esperar a ver en qué idioma hablaban los pequeños. Se les alimentó, se atendieron sus necesidades básicas, pero nadie les dirigió la palabra. El resultado: murieron todos los bebés.

Aquello de “no solo de pan vive el hombre” se escenificó de una manera contundente. El pan por sí solo, sin palabras, sin amor, sin fantasía, no es suficiente para alimentar a un ser humano. Además de la leche, el niño necesita la voz de la madre, su mirada enamorada y su calor.

Pero ¿cómo se toma la madre el NO del niño cuando aleja la boca del pecho o de la cuchara? La mamá va compungida al pediatra y le cuenta: “MI niño no ME come” porque esa mamá se siente a la vez artífice y alimento de su hijo (aunque el niño tenga más de 40 años). Ella prepara la comida, pero a la vez encarna el pan, se sabe amada y refrendada en su función materna cada vez que SU niño SE LA come, pero también ama, maneja y atrapa al otro a través del pan que le sirve en la mesa.

Es verdad que DAR DE COMER es un acto generoso del que solo se espera una recompensa: ¡ser comido!

Y aquí estamos rodeados de expertos en dar de comer, y de hambrientos como yo, que no cocino pero que me encanta estar al otro lado de los fogones con el plato dispuesto. ¿Quién creen ustedes que gana más en ese intercambio? Quien da de comer arranca a disfrutar desde mucho antes de llevar la comida a la mesa. Se piensa en el pan, sí. Pero se eligen los ingredientes con mimo, “esto” en este mercado, “aquello” en el otro. El cuidado que se pone en el balance de los sabores, en la combinación de los colores sobre el plato, en las texturas. ¿Tiene solo que ver con el pan? Me temo que no. Armar un menú —y eso lo saben ustedes mejor que yo— requiere mucho esfuerzo, algo de pan y toneladas de amor y fantasía.

Pero no solo comemos, cuando comemos. ¿Qué será lo que comemos cuando no comemos? Comer o no comer, he ahí la cuestión, le dijo Adán a Eva cuando ella lo sedujo con la manzana de lo prohibido. Y es que el deseo se alimenta del hambre, y nada nos excita más el apetito que lo prohibido. La gula es un pecado capital, que en otras épocas castigaba el demasiado, el exceso y que hoy nos persigue con renovado entusiasmo.

A Adán y Eva les prometieron el paraíso terrenal; a quienes conservan la virtud se les ofrece la vida eterna, y a nosotros nos venden la idea de que si no mezclamos los carbohidratos con no sé qué otra cosa, nunca nos vamos a morir, ¡y además estaremos guapísimos! Así que dejar de comer viene a ser una moneda de cambio con la que compramos salud, belleza, virtud y vida.

Les confieso que yo intento cuidarme, pero a veces pienso, ¿Y si cuando morimos y llegamos al cielo, descubrimos que aquello no era pecado, y que lo del cáncer no era por el azúcar? ¿Alguien nos devuelve el postre que dejamos en el plato? No sé yo…

El extremo del no comer lo personifica la anoréxica. La anoréxica come NADA, come NO, come control. Ante la dependencia extrema a la que se siente sometida, ante el exceso de una comida que está viva la madre—, que en su caso parece que se le atraganta y que la asfixia, la anoréxica se defiende diciendo un NO tan radical, que al mismo tiempo que la alimenta, la mata. La anoréxica renuncia completamente al pan, en nombre del amor propio y de la fantasía de control omnipotente.

En el otro extremo, la obesidad se perfila como una epidemia de nuestros tiempos. La voracidad del obeso, al contrario de lo que acabamos de ver, pone sobre la mesa el lado oscuro, animal, canibalístico, de la alimentación. El cuerpo del obeso sufre un síndrome de Diógenes, está lleno a reventar de comida basura. El obeso siempre tiene la boca llena, y con la boca llena no se habla. No hay palabras. El obeso no ha podido atravesar el destete, por eso no extraña ni echa de menos, porque siempre tiene a mano, a pedir de boca, lo que cree que necesita. El obeso no come, consume. Y pretende llenar con pan, lo que es hambre de amor y fantasía.

¿Qué come una bulímica cuando come y qué come cuando descome? Para una bulímica lo importante no es la comida, el pan solo es un vehículo con el que ella imagina que puede llenar una falta de amor. En la bulimia, la comida se vuelve a la vez imprescindible y venenosa. El pan empieza siendo un consuelo, puede ser un premio y termina siendo un castigo. La bulímica no come, se atiborra. En cada bocado come pecado y penitencia, muerde crimen y castigo. Lo devora todo, lo devuelve todo.

Instagram ha puesto de moda comer bien ¡y publicarlo! ¿Qué comemos cuando publicamos fotos en redes sociales de todo lo que comemos? Comemos mirar y ser mirados. El exhibicionismo y la curiosidad van de la mano. El que fotografía su plato suculento está dando de comer envidia y espera comer likes, pero los likes, por muy abundantes que sean, no sacian, nunca son suficientes.

Les cuento, mi madre es una gran repostera. Antes de caer en cama, solía hacer una torta navideña exquisita. En tiempos, nos reuníamos todos los hermanos y los nietos a echarle una mano: a picar nueces y dátiles, a pesar harina, a bailar gaitas mientras la casa grande se inundaba con olor a torta… Desde hace años la situación del país nos fue echando uno por uno de su lado. En Navidad, el chat de la familia se llena de fotos de cómo va la preparación en cada casa: desde Colonia, los ingredientes; de Montreal, los moldes enmantequillados; en Madrid, las tortas en el horno; en Miami, envueltas para regalar…, y el olor a torta vuela virtual—, hasta la cama de mi madre en Caracas.

Si todo va bien, este año compartiremos con mi madre, en vivo, el olor a torta que ella nos regaló y que nos ha mantenido siempre unidos.

Solo no significa abandonado

Solo no significa abandonadoDecía John Lennon que “la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes”.

Cada vez que escucho aquello de que “Fulanita rehízo su vida”, entiendo que quien lo dice quiere contarme que nuestra “fulanita” tiene otra vez pareja y puede incluso que esté dispuesta a formar una nueva familia. Entonces, yo siempre me pregunto: “¿es que acaso quienes siguen solos después de una separación no están vivos? ¿Es que la vida que llevan no es vida? ¿Es que no se puede rehacer la vida más que en pareja?

Me parece que rehacer la vida después de una separación consiste en dejar de llorar, en dejar de recordar y de lamentarse por lo que se ha perdido y empezar a sacar cuentas de lo que se puede hacer con lo que se tiene y lo que se va a ganar a partir de ahora. Rehacer la vida significa dejar de torturarse por el pasado y vivir y disfrutar el presente; en pasar página y en hacerse con las riendas de la propia existencia, ya sea solo o bien acompañado.

Vivir solo es hoy por hoy una experiencia que, muy probablemente, tengamos que atravesar todos los adultos en algún momento de nuestra vida. Así que es mejor estar preparados para coger al toro de la soledad por los cuernos de la autonomía, en vez de quedarnos atascados en el lamento por lo muy desgraciados que somos o empeñarnos en maldecir la malísima suerte que hemos tenido.

Hay quienes entienden la soledad únicamente como un lugar de tránsito, como la antesala que tiene que habitar para encontrar otra pareja; esos se exasperan, se impacientan, ponen su vida en “pausa” hasta nuevo aviso. Les parece que todos los amigos están casados, que todos tienen hijos, que todos encuentran otra pareja antes que ellos. ¿Hasta cuándo tendré que esperar? ¿Cuándo será mi turno?

Mientras tanto, la vida, que “es eso que pasa mientras se espera por la vida” —que diría Lennon—, se les escurre por las manos.

Y una de las consecuencias de esta actitud es que estas personas no tienen mucha cintura para elegir pareja, les da igual a quién tienen al lado… con tal de tener a alguien. Elegir desde la desesperación no es elegir. Esto sería aferrarse a un clavo ardiendo y conformarse. Esa desesperación es la que abona el camino para entablar relaciones destructivas, con poco amor, algo de mal trato y mucho de resignación.

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En una separación, es un error negar la evidencia a los hijos

Una de las estrategias que suelen utilizar los padres cuando le explican a los niños una separación es la de tratar de convencerles, en contra de la evidencia, de que “no pasa nada”, de que su vida seguirá siendo la misma. Hay algo de fondo que tendría que ser así: el amor de los padres a los hijos debe permanecer inalterable.

Pero ¡cambia tanto la cotidianidad! ¿Cómo que no pasa nada? ¿Y eso lo dice una mamá o un papá que se pasa el día ausente y triste? ¿O una madre o un padre que hace un mes que ya no duerme en casa y que dejó de llevarle al colegio por las mañanas?

¡Claro que pasa! ¡Pasa mucho! No pasa TODO, es verdad, pero es importante reconocer junto con el niño que la familia, tal y como había funcionado hasta ahora, se ha roto y que eso duele mucho y da muchísima pena, no solo a ellos, como niños, sino también a sus padres, aunque sepan que han tomado la mejor decisión posible y que no hay vuelta a tras.

Por ello, es normal que los chicos estén tristes; sé de muchos que lloran a escondidas, a veces porque sí, sin entender por qué les asalta la pena. Todo lo que vuelva a poner sobre el tapete la cruda realidad de la separación les compunge.

Es normal que los niños se asusten, que se les vea temerosos, desconcertados. De alguna manera, acaban de perder a una familia, acaban de perder la cotidianidad.

Y es normal también que se enfaden, que se opongan, que lo critiquen todo. Es su manera de hacer huelga, de demostrar un poco de su poder y de su disconformidad con una situación que ellos no han elegido y que les afecta y les duele.

Ni que decir tiene que, mientras más conscientes sean los padres de su función de padres, mientras más capaces sean de olvidarse de sí mismos y de posponer sus intereses inmediatos por el bien de sus hijos (por mucho que el orgullo apriete), mejor irá todo para los niños.

Habrá que hacer acopio de paciencia, buscar ayuda. Es una época de crisis para todos y hay ocasiones en que hace falta que una persona externa, imparcial, ponga un poco de orden en la situación y en los sentimientos de esa familia rota.

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La parentalidad del siglo XXI

Parentalidad
Hoy hablamos de la parentalidad en el siglo XXI: eso supone que los padres de hoy son distintos a los padres del siglo XV y a los del XVII. Los padres, puede que sí, los niños, los bebés, son los mismos…

Veamos cómo han cambiado los padres a lo largo de la historia. Citaremos el trabajo de Lloyd de Mause (1931), psicoanalista norteamericano que creó una nueva disciplina conocida como psicohistoria. Mientras la historia convencional estudia las grandes batallas, la psicohistoria estudia cómo cada generación de padres e hijos crea los problemas que después se plantearán en la vida pública. Dirá Mause: “La historia de la infancia es la historia de la forma en la que los padres han tratado a sus hijos. (…) Es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Mientras más retrocedemos en el pasado, más expuestos estaban los niños a la muerte violenta, al maltrato, al abandono, al terror y a los abusos sexuales.”

Relaciones paternofiliales a través de la historia

En el pasado ni siquiera se contemplaba el concepto de niñez.
1.- Infanticidio. Hasta el siglo IV, el infanticidio era una práctica habitual. El personaje de Medea (de la mitología griega) es el extremo de ese horror. Ella no distinguió entre sus hijos, los mató a todos. Pero ya desde entonces había diferencias. Un heleno escribía a su mujer en el siglo I a. C.: “Si el niño que esperas es un niño, déjalo vivir. Si es una niña, deshazte de ella.” No sabemos si fue niña o niño, pero aquel bebé era (o hubiera sido) un niño cualquiera…
2.- Abandono. Entre los siglos IV y XIII, al mismo niño que antes se mataba sin ningún pudor, ahora se le abandonaba; una forma de asesinato más discreto, encubierto. Al niño se les dejaba a la intemperie, expuesto. Si sobrevivía, se le llamaba “expósito”.
3.- Ambivalencia. Entre los siglos XIV y XVIII, cobra importancia lo que los padres hacen con su hijo: la educación, y el efecto que tendrá en el futuro, ocupa el centro de la escena.
Por una parte, están quienes aseguran que el niño es un pequeño monstruo, un animal perverso al que hay que domesticar y redimir mediante una férrea disciplina. Por otra, Rousseau defiende la pureza de la infancia; es el primer pensador que se centra en el niño, a quien considera un alma cándida de la que los adultos tenemos mucho que aprender. Propone que la educación sea obligatoria y que incluya a la mujer.
El caso es que unos y otros no terminaban de ponerse de acuerdo, aunque el niño que tenían entre manos seguía siendo el mismo.
4.- Intrusión. En el siglo XVIII, se da importancia a la salud y aparece la pediatría como especialidad médica. ¡Los niños tiene cuerpos y esos cuerpos muestran peculiaridades! Por primera vez en la historia, desciende la mortalidad infantil. Y mientras tanto, el niño sigue siendo el mismo.
5.- Socialización. A partir del siglo XIX, crece la conciencia social. Al niño hay que adaptarlo a la sociedad.
6.- Ayuda. Desde mediados del siglo XX hasta ahora, vivimos en la época de mayor complejidad. La certeza del efecto que tienen los primeros años de vida en el desarrollo posterior de ese niño convierte el vínculo entre padres e hijos en objeto de observación. Los padres empatizan con el niño y ahora se esfuerzan por satisfacer sus necesidades.

A partir de entonces, la historia se plaga de expertos en la infancia. Nuestro niño merece toda nuestra atención. El primer hito lo encarna el doctor Spock, pediatra americano que recomendaba escuchar al niño, atender sus requerimientos. Escribió el libro más vendido después de la Biblia.

Han seguido otras modas. Se me ocurren unas cuantas que conocemos en nuestros días. El método Stevil, que nos dice: “Su niño debe dormir solo, déjelo llorar todo lo que haga falta”. En el otro extremo, los defensores del colecho: “Su niño debe dormir pegado a usted hasta que vaya a la mili…” ¡Y como ya no hay mili! Y, mientras tanto, el bebé, que sigue siendo el mismo, se siente dueño del cuerpo de la madre.

Otro ejemplo es la silla de pensar, que convierte el pensamiento en un castigo. Parece que solo se piensa si uno ha hecho algo malo. Se identifica el pensamiento con la culpa y no con la elaboración. Se puede hacer lo mismo, sentarlo y decirle: “Hasta que no te tranquilices, no vuelves con el resto del grupo”. El caso es que nuestro niño, el mismo al que matamos en los comienzos, al que dejamos llorar hasta el agotamiento o no permitimos que llore en absoluto, se levanta pacientemente de la silla y ahora acude a una asamblea democrática familiar para negociar con sus padres los decibelios de sus pataletas.

Ahora se está llevando mucho el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad). Así que nuestro niño inquieto, que apenas puede ver a sus padres porque ambos tienen que trabajar y vuelven agotados a casa, va y se toma la pastillita de estarse quieto y de no molestar a la maestra. Pasamos de la democratización de la educación a la medicalización de la infancia. Y el niño, que es el mismo, está casi tan desconcertado como sus padres, como sus maestros.

Parece que cada generación se revuelve en contra de la generación precedente, como una manera de enmendarles la plana a los propios padres que, por definición, lo hicieron mal. Y en nuestro siglo XXI, tan hiperconectado y tan vertiginoso, las generaciones duran apenas unos cuantos meses, conviven teorías contrapuestas, hay foros y chats de padres, y proliferan los expertos. Estamos sumidos en la cultura del tutorial: todo está pautado, hay un influencer dispuesto a pontificar y a dar el consejo exacto para cada cosa que hacemos a lo largo del día.

Cuando preparaba lo que iba a decir hoy, pensaba en dar mi opinión respecto a cada una de estas fórmulas. Venía dispuesta a contarles la verdad verdadera. Afilaba mis opiniones cuando recordé algo que me ocurrió cuando publiqué Un año para toda la vida. Una noche la angustia no me dejaba dormir.

Mi marido se despertó a mi lado:
—¿Qué te pasa?
—Es que estoy muy preocupada, yo no soy madre, ¿cómo me atrevo a decir cómo hay que cuidar de un bebé? ¿Y si, por mi culpa, surge una generación de tarados?
—No te preocupes bonita, que tampoco se ha vendido tanto…
¡Me di la vuelta muy aliviada y dormí toda la noche!

Entonces pensé que hoy no iba a dar consejos. Lo mejor que podemos hacer es intentar que estas teorías, modas, mandatos, interfieran lo menos posible en la relación madre-bebé. Permitir que la madre confíe en su experiencia, en su intuición; lo hará bien, en todo caso, cometerá sus propios errores, como todos… A cambio de consejos, les propongo que hablemos de quién es ese niño, el mismo niño eterno que hemos visto a lo largo de esta historia y quién es su mamá.

Vamos a hablar de cosas cotidianas, de esas cosas simples, importantísimas, que ocurren entre cualquier madre normal de toda la vida y su bebé. Sin artificios, sin normas, sin teorías.

Imaginemos una escena: una madre con su bebé en brazos. El bebé llora, ella le dice: “Tú lo que tienes es hambre, porque hoy nos hemos retrasado”. Él se calma, ella lo mira embelesada, él la mira embelesado y se queda dormido. Ahora vamos a desmenuzar la escena.

Ser cogido en brazos no es un capricho, es un derecho del bebé y, por suerte, un deseo irrefrenable de la madre. Una labor de altísima especialización que cualquier mamá normal realiza sin darse cuenta. El nacimiento supone una especie de lanzamiento al espacio sideral y el bebé tiene miedo de sucumbir en el abismo. Necesita corroborar que hay red, que allí hay unos brazos para sostenerlo. La sensación de estar sujeto, le dará un punto de apoyo interno. De allí en adelante, podrá confiar en que hay tierra firme, y en esa tierra firme podrá desarrollarse.

El bebé necesita ser cogido en brazos no sólo físicamente. La madre tiene que pensar en él y, en ocasiones, también pensar por él. Adivinar qué es lo que le pide cuando llora, qué necesita, qué quiere… Esto lo consigue la madre gracias a su identificación con el bebé. Ella se siente tan frágil como él, está tan desvalida como él, porque entre las hormonas y la intensa experiencia emocional, ella misma se ha convertido en un bebé que tiene ganas de llorar o de reír sin motivo aparente. Ella lo entiende. Están en sintonía. Hablan el mismo idioma.

Con esa frase tan simple (“Tú lo que tienes es hambre, porque hoy se nos ha hecho tarde”), la madre está realizando un prodigio. Le está diciendo: “Te pasa algo, yo sé qué es y estoy aquí para solucionarlo”. Le acaba de inventar una pequeña historia con planteamiento, nudo y desenlace que, en adelante, será el hilo conductor de la experiencia incipiente del bebé. Le acaba de transmitir una lógica a su vivencia en la que puede confiar. ¡Aunque nuestro niño no estuviera llorando por hambre!

Y es que el bebé necesita escuchar la voz de la madre. Para él todo es nuevo, todo es desconocido. Pocas cosas le resultan familiares, una de ellas es esa voz, el olor de ese cuerpo, el ritmo de sus latidos… A través de su voz, de sus palabras, la madre establece un vínculo con el bebé. No solo entre ella y su hijo, sino algo mucho más importante para la vida: el vínculo del bebé consigo mismo, el vínculo del bebé con su propia experiencia.

Luego se miran el uno al otro embelesados. La primera noticia que tendrá el niño de sí mismo será lo que vea en la mirada de la madre cuando lo contempla. Esa mirada es su primer espejo. Esa mirada enamorada de la madre le dice al niño que él vale la pena. Que, aunque no la haya dejado dormir, su sonrisa cautivadora funciona y él merece ser amado.

En los comienzos, la dependencia del bebé es absoluta. Necesita de un adulto capaz de olvidarse de sí mismo para pensar exclusivamente en él y centrarse en su supervivencia. Con esa entrega, la madre (o quien quiera que cuide de él) le hace creer que él, por sí mismo, puede con todo. Es así como ese cachorro humano —el ser más dependiente de la tierra— psicológicamente se siente el más independiente y toma el mando de la casa. Duerme y deja dormir cuando a él le parece, llora a horas intempestivas, mama o no mama, come con entusiasmo o con desgana, se enfada, chilla, vuelve a dormir…

Y es que nuestro niño trae de serie un carácter propio, es muy suyo, sabe lo que le gusta y lo que no, ha heredado al azar algo del padre, algo de la madre, algo de la suegra o de un tío lejano… Esta mezcla de dependencia absoluta e independencia es una paradoja difícil de entender y de asumir para la madre, que terminará por aceptar a su hijo tal cual es, en su peculiaridad, en su diferencia, porque está enamorada, y su bebé sonríe y huele bien. Unos padres no producen a su bebé como un artista que modela la arcilla. El bebé ha empezado su propio proceso de desarrollo en el cuerpo de la madre, en sus brazos, de manera que son los padres quienes dependen de las tendencias heredadas del bebé. Tendrán que conocerlo y procurarle el mejor entorno emocional posible para que desarrolle sus capacidades.

Con el tiempo, el bebé va adquiriendo destrezas psíquicas. Ahora, que ya no es tan dependiente, puede reconocer ¡cuán dependiente es! La ilusión que su madre había tejido en torno a él, como todas las ilusiones, empieza a hacer aguas, se desvanece y da paso a la cruda realidad: mamá a veces está, y a veces no… Ahora que se sabe dependiente, si ella se aleja, él se aterra. Esta desilusión progresiva es tan importante como lo fue en su momento la ilusión. La vida es como es, y no como nos gustaría. Y a esa realidad es a la que el niño tendrá que hacer frente en la vida. Marcar límites y decir no es otra manera de decir te quiero.

En definitiva, cada una de esas teorías mira el mundo del niño desde una perspectiva diferente, y a todos los que vinimos hoy aquí nos preocupa conocer a nuestros hijos y tratarlos de la mejor manera. Eso es una garantía. Lo haremos lo mejor que podamos aunque nos hartemos de cometer errores.

Para terminar, decirles que Un año para toda la vida se ha vendido más de lo que aquella noche imaginamos mi marido y yo. Gracias a eso estoy aquí esta tarde. En mi defensa, puedo decir que en sus más de 200 páginas solo doy un consejo, en el que me reitero: “Suelte este libro y vaya a jugar con su bebé”.

Extracto de la conferencia impartida por Mariela Michelena en las II Jornadas de la Fundación Esfera “Parentalidad en el Siglo XXI”, Madrid, 12 de mayo de 2018 (organizadas por la Fundación Esfera, Psiquia y Argensola Centro).

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47 mujeres asesinadas en España por violencia machista en 2018

No es no

Quiero empezar el año con un número: 47. No es un número redondo, por el contrario, está lleno de aristas. Es un número que hiere, que duele, que hace 47 veces daño cada vez que se piensa.

De acuerdo con los datos oficiales, son 47 las mujeres asesinadas en España por violencia machista en 2018. Es verdad que es la cifra más baja desde que se contabiliza —hace 15 años—, pero es una cifra terrible.

El paro laboral convocado el Día Internacional de la Mujer —el pasado 8 de marzo— en todo el país, el movimiento Me Too —surgido en EE. UU. para denunciar el acoso y las agresiones sexuales, que también ha llegado hasta España— y la reacción social contra los hechos de La Manada, parece que nos han sensibilizado a todos y han contribuido a un aumento de las denuncias.

Pero ese 47 lo llevamos tatuado en nuestra mente y no debemos perderlo de vista. Tampoco podemos olvidar la situación de los millones de mujeres en otros países donde la sensibilización social es menor y donde las ayudas apenas existen. Países donde los golpes se ignoran y los asesinatos se encubren y se silencian.

Por eso, quiero empezar el año ofreciéndoles este vídeo, donde comparto con mis amigos de Psyquia Servicios Psicológicos mis reflexiones sobre este tema.

30 minutos de conversación donde destaco la importancia de detectar la violencia de género “antes del golpe”, ya que todo comienza con detalles aparentemente nimios. Donde señalo la importancia de que la prevención comience en los institutos ya que hay muchas mujeres que ya están sometidas a esas edades, y, por supuesto, donde describo los miedos, no solo al maltratador, que viven las mujeres que pasan por esto.

Espero que les ayude.

Historia de mis marielitas

En el año 2000, así como quien despide un siglo y le da la bienvenida al siguiente, sufrí los embates de una meningitis que me mantuvo hospitalizada unos 20 días. El viacrucis acababa de empezar…

Cuando salí del hospital, mi cabeza, que hasta entonces no había dado señales de vida, empezó a reclamar protagonismo y me torturaba con sus quejas. No me dejaba ni dormir, ni estar despierta, ni ayunar, ni comer. El seguimiento lo hizo la doctora Margarita Sánchez, una neuróloga especializada en dolores de cabeza que me pidió llevar un registro detallado del estado de mi cabeza y de sus penas. ¿A qué hora empezaba el dolor?, ¿cómo era?, ¿cuánto duraba?, ¿dónde molestaba más?, ¿cómo y
cuánto había dormido?… Así, 24/7.

Yo, escritora de diarios toda mi vida, no me sentía con mucho ánimo narrativo. Así que se me ocurrió decorar mi calendario con caritas. Unas caritas que apretaban los ojos de dolor, que lloraban de miedo, que se hundían bajo el peso de algún piano de cola, que sonreían felices si habían dormido bien, que cruzaban los dedos si llevaban 10 horas sin sufrir…

Fueron meses de intentos fallidos hasta dar con el tratamiento exacto, de manera que me dio tiempo a dibujar muchas, muchas, ¡muchísimas caritas! En algún momento la doctora y yo empezamos a llamarlas “marielitas”, porque eran muy pequeñas y me representaban.

Mis dolores de cabeza desaparecieron, pero las “marielitas” habían llegado para quedarse. Desde entonces, las uso para todo, tienen vida propia y aparecen en mis libros (en los que escribo y en los que leo), en los mensajes que dejo en la cocina de mi casa, en las listas de la compra, en mis diarios, en las notas que tomo cuando estudio…

Ya no solo me representan, sino que me delatan. Además, son más guapas y más simpáticas que yo. Habrá quien piense que es afán de protagonismo, pero es que tengo contraída una deuda con esos dibujitos, ¡y no puedo cambiarles el nombre!

Las que salen a la luz, las que ustedes conocen, las dibujo con un dedo sobre la pantalla del iPad o del iPhone. ¡Y aquí están ahora! Horondas y presumidas, decorando camisetas y tazas, dando forma a los mensajes más seguidos por ustedes.

Son las primeras y las quiero compartir con ustedes, con mis lectoras, con mi público fiel. Para estrenarnos, las voy a regalar a quienes de forma más original (por escrito o por vídeo) me digan la frase que más les gusta de alguno de mis libros. Pueden hacerlo a través de mi blog o por mis redes sociales.

El resultado lo comunicaré el día 26 de diciembre. ¡No se olviden de indicarme si prefieren camiseta o taza, y cuál es su mensaje favorito!
¡Empieza el concurso ya!

Están disponibles 5 camisetas y 3 tazas de cada mensaje, excepto de las madres imperfectas que solo tengo 1.
Únicamente se podrán hacer envíos en España.

Mi experiencia en República Dominicana el Día Internacional contra la Violencia de Género

Hace unas semanas viví una experiencia maravillosa que quiero compartir con ustedes. Fui invitada por la Vicepresidencia de la República Dominicana a participar en las actividades programadas en su país para conmemorar el Día Internacional contra la Violencia de Género. ¿Se imaginan lo que sentí cuando me lo propusieron allá por el mes de octubre?

Como mujer latinoamericana, interesada por el lugar de la mujer en el mundo, sabía perfectamente quién es Margarita Cedeño, ex primera dama y actual vicepresidenta de República Dominicana, un referente del feminismo en el continente.

¡Imposible negarme! ¡Imposible ni siquiera pensármelo dos veces! Así que organicé mi vida y mi consulta en Madrid para asistir. Participaría en dos de los eventos centrales del programa. El primero, el 26 de noviembre, una conferencia para el público en general y, al día siguiente, una jornada de formación para profesionales de la salud mental.

Enseguida me puse manos a la obra. En esas estaba, cuando tres personas me enviaron el mismo día el enlace de El mal querer, el último disco de Rosalía. “¡Tienes que escucharlo!”. “¡Esto es Mujeres malqueridas con música!”. “¡Parece que ha leído tus libros!”. Así que, por votación popular, escuché a Rosalía con atención. ¡Quedé absolutamente abducida! Fascinada con su música, con sus letras, con su interpretación. La escuchaba una y otra vez, hasta que, de pronto, se me hizo la luz y decidí que usaría el disco, paso a paso, canción a canción, “verso a verso y golpe a golpe” para la jornada de formación, porque ilustra de una manera magistral lo que ocurre en estas relaciones de maltrato en las que podemos entrar sin darnos cuenta, deslumbradas por el brillo de una ilusión.

El domingo 25 tenía mis maletas y mi entusiasmo preparados para viajar a Santo Domingo. Me esperaban nueve horas de vuelo y unas pocas, muy pocas, horas de sueño para recuperarme del jet lag y estar fresca a la mañana siguiente para el primer encuentro.

Cuando pasaron a recogerme a las 8 de la mañana Ana Simó y parte de su equipo, yo estaba lista y dispuesta. ¡Al fin conocía a Ana, la psicóloga más mediática, cercana y directa que uno se pueda imaginar! ¡Al fin conocía a Indira! Quien, con su mezcla de ángel de la guarda y hada madrina, me había cuidado durante todos los preparativos vía correo electrónico, wasap, FaceTime… De camino al evento volví a encontrarme con buganvillas de todos los colores y los verdes exuberantes del Caribe, que tanto echo de menos en Madrid. ¡Ya estaba en casa!

El auditorio Jesús María Troconis del Banco Central es imponente. Más de 500 personas nos acompañaron ese día. Las primeras dos horas hablé de Mujeres malqueridas y expliqué los beneficios de mirarse en el espejo y reírse de nosotras mismas. En la segunda parte, estuve muy bien acompañada por la doctora Ana Simó y por el doctor Miguel Gómez, ella psicóloga, él psiquiatra, ambos especialistas en terapia sexual y de pareja. Los tres aportamos nuestro granito de arena para “lograr la sociedad que queremos” donde se practique el amor del bueno. La experiencia fue muy enriquecedora y el intercambio con el público fue absolutamente provechoso.

La comida con Ana fue el marco perfecto para conocer a la mujer, más allá de la profesional, más allá del personaje conocido y adorado por el público de la República Dominicana. Allí supe que, además del encuentro profesional, había ganado a una amiga. ¡Eso no ocurre todos los días!

El encuentro con colegas, al día siguiente, fue en el auditorio La Trinitaria de la Biblioteca Infantil Juvenil de la República Dominicana. ¡Más de 100 personas! ¡No hubo sitio suficiente para todos los interesados! Tuvimos que decir muchas veces que no…, y a mí me dolió personalmente cada no.

Un poco de teoría para abrir boca, antes de entrar con Rosalía y El mal querer. Y sí, abrimos boca y nos quedamos con hambre, con ganas de seguir profundizando. Es lo que pasa cuando nos reunimos a hablar de un tema que nos plantea preguntas, retos, dificultades: ¡que no queremos parar!, que sabemos que acompañarnos a pensar es un privilegio, porque la experiencia de unos y otros nos enriquece.

Solo tengo palabras de agradecimiento para la Vicepresidencia de la República Dominicana, para Ana Simó, para el público entregado y generoso del primer día, para los colegas estimulantes e inquietos del segundo ¡y a los verdes del Caribe que me hicieron sentir en mi casa!

Os dejo algunas fotos para que pongáis imágenes a mi experiencia.

Lo importante de una amiga es que está allí

Lo importante de una amiga es que está allíNo conozco a ninguna mujer que pueda sobrellevar sola los quebrantos de un mal amor. ¿A quién recurrir? ¿Cómo resguardarse? Las opciones son múltiples. Sin embargo, me parece que las tres alternativas más solicitadas, las constituyen las amigas, los terapeutas y los oráculos.

Las amigas son las orejas perpetuas capaces de soportar el alzamiento de los comienzos felices, las venidas, las peleas y los reencuentros. Soportan los desplantes: “Si, ya sé que habíamos quedado, pero es que hoy me ha llamado.”. Y, a pesar del plantón, la mayoría de las amigas siguen ahí, paños de lágrimas que nos sujetarán cuando seamos nosotras las olvidadas, las malqueridas.

En el otro extremo está el terapeuta, que no aparecerá en escena más que en caso de necesidad. El terapeuta empieza donde las amigas ya no pueden llegar.

Y entre las amigas y el terapeuta se echa mano de todo lo demás. He designado con el término “oráculo” a todos aquellos recursos a los que se acude en busca de respuestas en momentos de angustia o de incertidumbre.

Las amigas

Por supuesto que, como mujer, he conocido de cerca la importancia de tener amigas y el papel que cumple ese vínculo único a lo largo de la vida de una persona. Pero, más allá de mi experiencia personal, desde mi lugar de terapeuta, tengo la certeza de que la amistad es un vínculo de gran valor; tanto, que cuando tengo una paciente nueva en la consulta, entre otras cosas, indago cómo se mueve en el terreno de la amistad. ¿Tiene o no tiene amigas? ¿Son amigas de toda la vida o recientes? ¿Cuenta con sus amigas para momentos difíciles? ¿Sus amigas cuentan con ellas?

Amigas testigos

En lo que amores se refiere, las amigas cumplen un ciclo más o menos previsible. Al principio son el público objetivo, ellas aplauden el prodigio y la suerte que tuvo la elegida de haberse topado con ese ser sobrenatural. Las amigas asisten a la retransmisión en directo de cada movimiento. “¡Hoy la ha mirado!” “¿Llamará o no llamará?”…

Hasta que llega el momento que ya no caben en la escena y se quedan solas haciendo un corro, ilusionadas y sin ella, porque la elegida ya no las necesita. Cuando ella está con él, las amigas sobran, y es así como tiene que ser. Pero cuando la relación empieza a ir mal, ellas son las primeras en enterarse. Escuchan las desdichas e inmediatamente, las muy ingenuas, se ponen en contra del “malo” y de parte de su amiga. Entonces la amiga se ofende porque no la entienden. No entienden que su queja no pretende poner en tela de juicio las bondades de su dios.

Cuando él regresa son las amigas las abandonadas. ¡Y hay que saber moverse en ese nuevo escenario! Porque después de la reconciliación, las amigas son testigos incómodos. Hay que evitarlas, mantenerlas alejadas para que no estropeen la imagen idílica de esa supuesta unión feliz.

Pero cuando las cosas no van bien, las amigas se convierten en el mensajero inoportuno, portador de un mensaje que no se quiere escuchar. La malquerida desaparece, se evapora, se avergüenza de haber caído por décima vez. Le da pudor incluso con las amigas más cercanas y se encierra en su búnquer de dolor.

Regresará desgraciadamente más tarde o más temprano, la amiga regresará abochornada, lastimada, malquerida, amoratada por la angustia. Vendrá buscando refugio, la madriguera de un café por la tarde, un desayuno, una copa. Entonces las amigas se convertirán en sábanas capaces de secar todo su llanto, en esparadrapos para vendar, para vengar su desconsuelo.

La amiga observadora ha escuchado la historia cien veces, con el mismo final previsible, pero la vuelve a escuchar como si fuera nueva o diferente. La amiga lo piensa, pero casi nunca dice aquello de: “Lo sabía, te lo dije, ¿qué esperabas?…”.

Da igual lo que la amiga diga o calle, lo importante es que está allí. Y esa es la función de una amiga, estar allí.